Aquella tórrida noche de un seco verano, se “sentía” distinta. No había ni una nube en el cielo estrellado,
ni un soplo de viento que moviese las hojas de los tristes sauces.
La cachorra Blanquita estaba inquieta, su hermano Negri caminaba por los
alrededores resecos con la lengua afuera, como buscando algo.
Mamá “Perro” descansaba tranquila en el corredor de la casa. Olía a
jazmines por el oeste y a bosta de chiquero por el Sur. Mamá y Papá humanos,
después de la cena, desaparecieron en el interior de la casa. Desde donde los
hermanos se encontraban, podían ver cómo se apagaba la luz de su cuarto.
Blanquita se acercó al cacharro para beber. Negri la imitó y luego la
invitó a caminar hacia el campo donde crecía el maizal, muy castigado por la
sequía persistente de ese verano. Un coro de grillos los acompañó. A esa hora
de la noche, el campo se extendía voraz ante ellos, salpicado de grupos negros
desfigurados por la distancia, allí, donde algún montecito cortaba la monotonía
del paisaje campestre. Blanquita y Negri se acercaron a la laguna que se veía
muy poco atractiva con tan poca agua, y se echaron entre los yuyos mustios de
la orilla; croaban las ranas y el zumbido de los insectos nocturnos invadían el
silencio nocturno que los rodeaba.
-Negri, quisiera irme de casa. –dijo Blanquita, de repente,
sobresaltando a su hermano que la miró asombrado parando sus orejitas.
-Sí… no te asombres, quisiera decidir yo misma sobre mi destino, elegir
los humanos con quien deseo pasar mi vida. No quisiera seguir el camino de
nuestros hermanos que un día partieron cuando los vinieron a buscar y no
pudieron decir nada. Seguramente, pronto, vendrán también por nosotros.
Negri quedó un rato pensativo, la mirada perdida en la clara noche. Su
hermanita tenía algo de razón, pero… dejar el hogar que los vio nacer para
recorrer ese agreste y desconocido mundo que los rodeaba, pasar todo tipo de
penurias, hasta dar con los humanos adecuados. ¿Cómo iban a darse cuenta dónde
encontrarlos?
-No me parece una buena idea
Blanquita, tal vez podamos quedarnos acá con Mamá y los dueños de casa.
-Seguro que uno de los dos será
entregado, y no quiero ser yo. -protestó Blanquita- Mejor me voy. Si quieres
puedes venir conmigo, o me iré sola.
-Está bien, te acompaño, pero una
vez que te vea segura en algún lugar, me vuelvo a casa.
-Hecho. –le dijo y le dio un
lambetazo.
Se sintió tan feliz, que se quedó dormida a la vera de la laguna,
alumbrada por la gran luna, que sonriente, veló sus sueños.