COLAPSO AMBIENTAL.
Reality show de una escritora.
(Cualquier semejanza con la realidad no es
pura coincidencia).
Las primeras luces del alba se cuelan por la
ventana. Aún no suena el despertador programado puntualmente para las 6 de la
mañana. Es domingo de elecciones y ella espera encontrar en el campo un espacio
de paz para crear.
La noche la sorprendió varias veces despierta
tratando de armar el rompecabezas del sin fin de actividades de los próximos
días.
En el cuarto contiguo se silencian las voces de su
hija adolescente y de su amiga Sofía que se quedó a pasar la noche para charlar
y mirar películas. Para ellas es la hora de dormir…
No deja que la alarma del reloj suene, enciende la
radio para escuchar las noticias previas a la jornada electoral. Pero escucha
muy mal, hoy amanece más sorda de un oído por la fastidiosa cera que las gotas
que le recetó su doctor amigo aún no disuelve. “Una semana”-le dijo. Paciencia…
debe esperar, pero ella no puede soportar la espera, necesita escuchar las noticias
como todas las mañanas, para colmo la interferencia casi permanente a su radio
preferida ya se ha hecho crónica.
El fastidio crece, apaga la radio y se levanta. Al
costado de la cama, su mascota de 10 años, la observa con sus bellísimos ojos
azules pero no abandona el confortable colchón de tela roja con estampas de
patitas.
Cumple con el ritual de todas las mañanas: lavarse
la cara, ponerse crema, las gotas en la vista, tomar unos mates mientras
ejercita los 20 minutos en la bicicleta fija. Y piensa, piensa y piensa… tiene
una calesita en la cabeza, donde todas las actividades giran y giran sin
acomodo alguno. Se esfuerza por ordenarlas y desiste al darse cuenta que está
sobrepasada.
Abandona la bicicleta, se dirige a la cocina para
desayunar, tomar los medicamentos y las semillitas de todo tipo para mejorar la
salud. La mañana primaveral ya vive en la luz plena que ilumina los coloridos
malvones de su jardín, la intensamente florida Santa Rita roja del rincón
preferido y el silencio magnífico de esa hora tan especial de los domingos por
la mañana relaja el espíritu. Un aroma a azahar la embriaga, apura las
actividades, quiere llegar temprano al campo, a su lugar para escribir algo y
armar parte del rompecabezas.
Se viste, arma la cama, saca a su mascota al patio,
recoge sus apuntes y parte. Son las 8 de la mañana. Hace los 10 kilómetros
escuchando la radio del auto, por suerte ya escucha mucho mejor. No se apura
demasiado porque hay bastante arena en el camino. Es mejor conducir despacio en
la soledad magnífica de la mañana.
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Ahora se encuentra tranquila, bajo los altos sauces,
escribiendo un cuento. Se escucha un concierto de aves canoras y el sonar
imponente del viento entre las hojas. Sí… porque la soleada y fresca mañana de
primavera se ha ido transformando en una mañana ventosa.
No importa, ella escribe y escribe sin parar. En eso
está cuando entra un mensaje al celular. Número desconocido. Lo lee igual:
“buenos días hermosa, ¿Cómo estás?, deseo de corazón que cumplas todos tus
sueños hoy y siempre. Te quiero”. Analiza el número, imagina y recuerda, es él,
su último amor con el que terminó hace seis meses mal y lo había borrado de sus
contactos como también de su mente, envuelta en la vorágine de actividades en
las que se fue metiendo después. Ese mensaje que llega en un momento tan
inoportuno le hace mal. Revive los terribles días que vivió cuando decidió
alejarse de él definitivamente después de un episodio violento que le puso el
punto final a una relación que la estaba asfixiando, quitándole su tan
apreciada libertad. Fueron varios días de amenazas, de un acoso permanente que
sólo logró frenar con una denuncia policial. Poco a poco dejó de perseguirla,
poco a poco ella logró borrarlo de su vida, de su mente, de su corazón… no
resultó fácil pero tampoco tan difícil como imaginó. Y ahora ese mensaje para
romper el silencio. Prefiere seguir en lo suyo, olvidar… “nunca más volverá a
hacerme daño, él ni nadie, porque no lo permitiré” –piensa. No contesta, vuelve
a escribir, no quiere parar.
Cuando se da
cuenta, han pasado los minutos y debe regresar al pueblo porque en poco tiempo
empieza la final de tenis que no desea perderse porque juega el mejor tenista
del país con el que quizás sea el mejor de la historia. Y ella, aficionada a
ese deporte, no puede dejar de verla, es su espacio de tiempo libre.
A la tarde
concurrirá a votar, a la tarde se pasará la tintura antes de que las
canas la invadan. A la tarde terminará de armar su agenda semanal. A la noche
terminará de escribir… o tal vez mañana, después de encargarse de buscar al
plomero para que arregle la pérdida molesta en la base de la pileta del baño y
de la base del inodoro. Ah… no debe olvidarse de subir al techo para verificar
que el último trabajo que hizo el techista esta vez dé resultado después del
quinto intento fallido en varios meses. Y esa gotera que se fue multiplicando
día a día para trastornar su mente forme parte del pasado, y argumento para
algún relato o cuento que un día escribirá. Pero para saberlo… tendrá que
esperar la próxima lluvia. Esperar, esperar… escribir, escribir… hacer, hacer…
así es su vida, porque está sola y hace años que se acostumbró a esa mescolanza
de actividades.
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Lunes. Dedica el día para coordinar las actividades
de la próxima Feria del Libro que será en pocos días. Visita algún auspiciante,
al diseñador que hará el banner de la Sociedad de Escritores, a la imprenta
para el presupuesto de unos caligramas que piensa presentar y de la invitación
personal para la presentación de su libro de cuentos. Termina de corregir la
prueba de galera de su próximo libro, completa los formularios para la edición
de 5 páginas de la Antología de una editorial de Rosario, realiza su caminata
diaria que desde hace años viene haciendo para mejorar su salud y conectarse
con la naturaleza, cocina lo que puede y como puede por el poco tiempo que
tiene. Manda un mensaje por el facebook a varios compañeros escritores sobre el
tema de la Feria, deben estar en permanente contacto esos días. Aprovecha para
coordinar la visita del profesor del taller literario que vive en una ciudad
vecina para que presente su espectáculo de versos y payadas en la Feria; como
lo encuentra conectado, hablan y llegan a un acuerdo, sólo faltan unos
detalles. También manda mensaje a Braulio, encargado de Medio Ambiente para
preguntar en qué lugar de la ciudad se plantarán los árboles con motivo de la
presentación de libros en la Feria ya que desde hace 2 años ella forma parte
del movimiento de ecopoesía, devolver a la naturaleza el papel que los
escritores consumen al publicar. Y eso, para ella es muy importante ya que gran
parte de su vida de escritora ha estado inspirada y dedicada a defender al
medio ambiente por medio de la palabra escrita, de las pinturas realizadas, de
sus composiciones musicales en época que estudiaba composición. Braulio le dice
que podrían plantar sauces, o tal vez paraísos, le parece bien y piensa en el
próximo paso.
Se acuerda que tiene que ir a hablar con Laura (la chica que alquila la casa que heredó de
sus padres) para definir con ella los
gastos que demandarán pintar el frente y el patio. Laura es una chica muy
minuciosa en el cuidado de su hogar, es decoradora y le gusta tener todo lindo
estéticamente. Es hiperactiva, y al igual que ella, ama la estética y por eso
colabora porque es en beneficio de” su “casa. La ve en el negocio y enseguida
llegan a un acuerdo, también consigue que auspicie la Feria del Libro con su
negocio de decoración y regalería.
Por la tarde concurre al Museo de Arte para retirar
los cuadros de su última exposición que culminó el día anterior. La agobia el
calor, y un viento persistente que altera sus nervios. Le pide a su hija que la
ayude, en media hora terminan. Embala los cuadros y en tandas de dos viajes con
el auto los regresa a todos a su taller. Ordena un poco y separa los que donó
al Museo para repasar los datos que con el tiempo se borraron y luego los
regresará al mismo para que formen parte de su colección. Se siente satisfecha,
misión cumplida… ordena los folletos que sobraron, guarda el libro con los
recuerdos de los visitantes que no fueron muchos como se esperaba pero no
importa, nunca importó, ella hace las cosas por sí misma y para sí misma, esa
es su misión en esta vida. Luego prepara unos mates.
El día resultó largo y provechoso. Pero lo termina
bien, aunque cansada. Se duerme pensando en la reunión del martes con cultura
municipal para definir el lugar y programa, más otros muchos detalles de la
próxima Feria del Libro en su ciudad.
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Por la noche, en algunos de sus momentos de insomnio
recuerda la visita inesperada de un colibrí que apareció revoloteando en su
pieza cuando ella hacía la siesta el domingo. Se sobresaltó al abrir los ojos y
verlo, primero creyó estar ante un murciélago (un poco influenciada por las
historias de los libros de vampiros que su hija lee apasionadamente, y le
cuenta luego, ella también ha leído algunos), pero cuando descubre ya más
despierta que es un dulce colibrí o picaflor, se tranquiliza. Después busca
muchos datos en internet sobre estos episodios. Generalmente son de buen
augurio, aunque hay leyendas más inquietantes. Ahora piensa “¿habrá sido de
buen augurio, o traerá desdicha a mi vida”? Es positiva por naturaleza, después
de darle vueltas al pensamiento termina convenciéndose que tiene que ser para bien que un ave tan
diminuta, ágil y maravillosa la visite. Al poco tiempo comprobó que estaba
equivocada… y cómo! Toma nota: será el argumento de un próximo cuento. Y se
duerme…
Los días transcurren sin sobresaltos, cumpliendo con
todas las tareas que indica su agenda. De todos modos se inquieta al recordar
una y otra vez que no pudo llamar al plomero ocupada en otras cosas. Sí hace el
llamado a la Acopiadora de cereales por el pago que quedó pendiente de hace
unos meses. Le contestan lo mismo de siempre, que siguen atravesando una
situación difícil y que es su deseo pagar a todos pero no saben cuándo podrán.
Ya hace tiempo que ella dejó de angustiarse por ese tema, por lo tanto sigue
con su vida sin pensar demasiado, “ya se pondrán al día con la próxima
cosecha”- -piensa.
Llega el recibo del impuesto inmobiliario rural. Lo
guarda sin mirar demasiado, sólo que hay un aumento. Cuando ya más tranquila
vuelve a mirarlo se da cuenta que no le han hecho la bonificación por buen
cumplimiento. Lee y relee, sabe que no tiene deuda, se dirige a la oficina de
catastro municipal, la empleada le explica que abajo hay una leyenda que dice
“falta regularizar DDJJ” (algo que en su aturdimiento no llegó a ver), y la
manda al contador. Luego que cargue los datos en la página de internet, tiene
que volver por un nuevo recibo. Se dirige al contador, no se encuentra, el
secretario le dice que no es la única, que deje el recibo ellos harán el trámite. Lo increíble –le comenta- es
que hace tiempo se subieron los datos y seguro hubo un cruce de los mismos,
porque están emitiendo las facturas así, a propósito para ver si alguien cae y
pierde la bonificación que es bastante. Pero no fue tan sencillo, tuvo que
cargar la clave fiscal de su padre fallecido porque sigue a nombre de él ya que para hacer el cambio tiene que pagar
un dineral y con lo que recauda cada año se le complica más y más.. No es su
único caso, es una treta más del gobierno voraz que se lleva en impuestos de
varios tipos el 70% de la producción del campo. Se amarga, pero hace varios
años que viene sufriendo la situación y ya siente que no vale la pena afligirse
por algo que parece no tener solución. La descapitalización ya es un hecho.
Como el precio de la hacienda comenzó a recuperarse,
esperará unos días más y tendrá que vender…no le queda opción, tiene que
afrontar los gastos que se avecinan, hablará con su socio y tomarán la decisión
juntos, como siempre fue a lo largo de los 15 años de relación en el manejo del
campo.
Decide hacer una nueva visita a su psicóloga para
hablar de los últimos acontecimientos, nada nuevo, nada que ella no sepa ya de
su vida y de sus miedos, fobias y obsesiones. Hace varios años que va, ya más
que nada por inercia, cuando siente que necesita hablar con alguien, a la
psicóloga le agrada escucharla y muchas veces le lee algo que escribe; sin
duda, lo que para ella fue, es y será la mejor de las terapias es escribir.
Analizan los sueños, está en una etapa de descubrir aspectos de otras vidas
pasadas que la ayuden a resolver traumas y relaciones en ésta. Resulta simple
analizar la vida a través del arte, y muchas veces tiene que escuchar a su hija
con su frontal forma de vivir, sus estudios, sus sueños de futuro, los
conflictos con su padre que vive en la capital y al que también tiene que
escuchar en sus continuas frustraciones de pareja. A sus primas que son
hermanas pero tan distintas. Aconsejar a una, aconsejar a la otra… y siempre
está en el medio. Trata de ser neutral, pero a veces no se puede, y ella ya ha
decidido correrse de ese lugar.
La semana pasa, se acerca la próxima reunión de
escritores para terminar el armado del programa de la Feria del Libro y los
miles de detalles a tener en cuenta. Detalles que les seguirán ocupando hasta
el día de la apertura.
Los acontecimientos se precipitan en su vida. La
tormenta anunciada Berta está por llegar. Locuras del periodismo del sur de
poner nombre a los fenómenos meteorológicos severos como hacen con los
huracanes en el norte. Pero acá son otro tipo de tormentas, sólo logran crear
una psicosis de miedo y alerta en la gente. Se sabe que el Medio ambiente del
planeta está alterado y los fenómenos son más virulentos pero no está bien
inducir al miedo. No está bien. Su hija tiene que viajar a la capital. Espera y
desea que llegue antes que “Berta”. Quizás, por fortuna, se rompe el micro
antes de salir, tratan de arreglarlo sobre la hora sin éxito. Llega otro,
buscan solucionar el problema usándolo para hacer arrancar al primero. Y
también se rompe. Ahora hay que esperar más…la imagen es patética, el cielo
oscuro amenaza con algo malo. Su hija entra en cólera y cambia el pasaje para
el otro día.
Regresan a la casa, el tiempo pasa mientras comentan
lo mal que está funcionando la empresa de micros. Cenan, miran televisión y se
acuestan. La lluvia no comienza, demasiada quietud en la atmósfera. Se duerme
con miedo, teme a la gotera, tiene un presentimiento, no tiene fe que el último
retoque funcione. Reza, pide, da gracias a Dios porque su hija está con ella y
no en viaje. Esa noche no desea estar sola. Una inquietud extraña la envuelve.
A la 1.30 de la madrugada despierta, escucha caer la lluvia sobre el techo de
chapas, va al baño, mira por las ventanas de cada lugar de la amplia casa, pero
comprueba que llueve con calma, no hay truenos ni relámpagos. Solo llueve… y
llueve y llueve. Se acuesta, ya no duerme, no puede dormir, está alerta. Reza,
implora, la lluvia se intensifica un poco más. Pasan las horas, a las 3.30
comienza a caer agua en el lugar de siempre, junto a la puerta del cuarto. Se
le acelera el corazón, ya no cree en
nada, una vez más tendrá que sufrir y se quedará sin dormir. Va por el ritual
de siempre, un trapo de piso arriba del fuentón para que atenúe el ruido. Se
acuesta, no soporta el sonido continuo, el repiqueteo monstruoso del agua al
caer. Al rato se levanta con una linternita y verifica cómo se ve el techo, ya
hay goteras por otro lado, busca un balde, dos palanganas y trapos, más y más
trapos. Se asoma al cuarto de su hija, ella duerme ajena a su drama. Vuelve a
acostarse, supone que se duerme un rato porque cuando despierta a eso de las
seis de la mañana confundida y escucha que sigue lloviendo y goteando,
redescubre la realidad, “su” realidad.
No puede estar más en la cama, se dirige al baño,
agua por todos lados, limpia, acomoda y siente que ya no puede más, las
lágrimas la vencen, pero sigue luchando. Luego en la cocina, ya más tranquila,
prepara el mate y con él se refugia en el sector lejano de la casa donde tiene
su escritorio y bicicleta fija para gimnasia. Quiere escapar de ese sonido, no
ver, no sentir… abstraerse de la terrible realidad. Sube a la bicicleta y
pedalea con todas sus fuerzas, a toda velocidad, como si quisiese escapar muy
lejos, y pronto. Siente nostalgia del sur, su lugar sagrado donde soñó terminar
sus días. Pero sabe que está siempre en el mismo lugar, en su casa, en su
refugio de paz que siente se ha transformado en una espeluznante trampa mortal.
Los días posteriores se convierten en una vorágine
de acontecimientos. Pide asesoramiento por todos lados, casi compulsivamente,
sin pensar, siente que necesita una solución ya, la ansiedad la carcome. El
cielo sigue plomizo pero ya no vuelve a llover. Después de despedir a su hija
que al fin puede viajar a la capital y que le pide tranquilidad en su ausencia,
se va al kinesiólogo, es su cuarta sección para desanudar la zona cervical
donde descarga toda la tensión. La encuentra peor, le comenta lo acontecido…
tiene que trabajar bastante para aflojar la tensión acumulada y le dice que le
conviene seguir unas secciones más.
Ya en su casa, le pesa el silencio, la terrible
soledad que acecha. No se reconoce, no es la persona que siempre disfrutó cada
rincón de su casa en soledad, de esos silencios necesarios para crear; ella… un
ser amante de la soledad, ahora es un ser diferente, temeroso en su propio
hogar.
El nuevo día amanece bastante frío, despierta
temprano, abre ventanas, ventila y sale a caminar. El cielo está cubierto pero
se nota que el aire cambió y que hará muy buen tiempo en el transcurso del día.
Realiza varios trámites temprano aunque es sábado y
la gente tarda más en ponerse en movimiento, en salir del letargo, como en
cualquier ciudad pequeña o pueblo de campo. Luego recibe a los albañiles y a su
vecino que es maestro mayor de obras y le pidió asesoramiento para encontrar la
mejor solución. Ya, en esos dos días ha reunido una docena de opiniones. Ella
misma tiene la suya. Pero es la opinión del vecino la que parece más lógica, la
acepta, pide presupuesto, en dos días lo tiene, lo acepta, pero… tiene que
esperar, esperar que el tiempo cambie, que deje de llover… esperar, esperar.
Ella sabe que será difícil, llegó la época de las lluvias, 10 días continuos
sin agua ningún pronóstico lo garantiza, es plena primavera, no hay otra
opción, esperar, seguir esperando y sufriendo con cada lluvia, rogándole a Dios
que sea leve, para que el techo no se deteriore más de lo que ya está. Esperar…
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Llueve… es un caótico diluvio que inunda su mente.
Corre de un punto a otro de su casa, mira por todas las ventanas: agua, agua y
más agua. Escurre los trapos, cambia la ubicación de los baldes, palanganas y
lo que sirva para que las gotera no inunden el piso. Es noche cerrada,
imposible permanecer en la cama y dormir. El sonido se amplifica en el silencio
total de las calles desiertas, las luces emiten destellos en la cortina de
agua, se tapa los oídos y quisiera escapar pero está paralizada. Estar más allá
de las nubes, en el cosmos infinito, donde el alma perdura pura y eterna. No
bajar nunca más a la tierra, porque ya aprendió y vivió todo lo que tenía que
vivir y aprender. El ritmo de su corazón se acelera, se corta la luz y en la
oscuridad puede sentir como largos tentáculos gelatinosos que la rodean, la
comprimen, la amarran y poco a poco siente que entra en un espacio sin tiempo,
sin forma, sin luz, sin color, sin sonido, sin atmósfera. Luego siente que ese monstruo gelatinoso de agua se
autodestruye y entonces, ella visualiza una puerta que al abrirla y cruzarla se
despoja de su cuerpo y entonces, es un
ser etéreo que al fin encuentra su lugar.
ETEL CARPI. Primavera lluviosa de 2013