INTRODUCCIÓN
Luciana: una
Husky Siberiana blanca como la
nieve que cubre sus lugares de origen en la estepa Siberiana Rusa, estaba
preñada por segunda vez.
Ella había llegado varios años antes desde La
Plata, su dueño vivía en un departamento, cuyo tamaño, era inadecuado para los
activos Siberian Husky, raza fuerte, cuyo trabajo es tirar de los trineos en la
nieve, ancestral raza descendiente del lobo. Fue así, que tuvo que llevarla a
un tranquilo pueblo del interior donde vivía su familia, la casa tenía un
espacio suficiente para que ella retozara a gusto; incluso, con la posibilidad
de que la llevaran también ¡AL CAMPO! que trabajaban a 10 kilómetros del pueblo
o en su defecto, a alguna de las quintas que poseían en la ciudad.
Se adaptó enseguida y fue amada por todos,
cada día que pasaba la querían más por su carácter tranquilo, obediente y
amigable.
Luciana era hermosa, con un largo pelaje muy
sedoso que de tan blanco, cegaba a la luz del sol.
El vecino del fondo, tapial de por medio,
tenía un robusto y oscuro Siberiano macho. Era un “Adonis”, al que Luciana encontraba
en la vereda cada vez que daba su diario paseo matutino alrededor de la
manzana. Ella nunca se iba lejos… y él… le echó el ojo azul en cuanto la vio
por primera vez. A Luciana le gustó, pero… se quiso hacer la interesante
durante unos días. Sin embargo esperaba ansiosamente cada día para verlo.
Cuando entró en celo, le permitió que la olfateara. Y grande fue su sorpresa
canina cuando el pretendiente (unos días después) entró a su casa. La verdad es
que, ya desde hacía tiempo, los dueños estaban esperando el celo de Luciana
para cruzarlos; ambos canes no podían esconder la alegría que sintieron al
verse y festejaron el encuentro con movidas de cola, olfateos y lambetazos.
Todo salió bien, el galán cumplió y la bella
Luciana se encontraba esperando cachorros por segunda vez. Y esta vez como
debía ser: con un perro acorde a su raza, y no como le pasó la primera vez que
la preñó un perro de la calle en una de sus escapadas. Menos mal que esa vez
solo tuvo un cachorro. Ahora sería distinto, tendría hermosos cachorros como
merecía su delicada estampa de blancura infinita y lo apuesto que era su galán.
Una noche de diciembre se produjo el parto,
que fue algo largo ya que nacieron 5 crías. En esa ocasión, Luciana fue
asistida por sus dueños Tito y Elisa, que estuvieron casi toda la noche con
ella.
A los pocos días, papá robusto entraba al
jardín para conocer a sus hijos: tres machos y dos hembras, a cual de todos más
bellos y encantadores, como son en general todos los cachorros, pero sin duda
que el cachorro Siberiano supera todos los modelos de belleza, llenos de pelo,
y ojos claros y vivaces.
Recuerdo muy bien la tarde que llegué con mi
hija Rocío de 8 años a la casa de la familia para conocer a los cachorros.
Tito, encargado de nuestro campo, lugar donde solía llevar a Luciana, nos
ofreció un cachorro a elección ya que nosotras, hasta entonces, no teníamos
mascota.
Al principio yo no quería, pero Rocío
insistió tanto que accedí. Así que visitábamos a la familia diariamente para
verlos crecer hasta que llegara el momento de traernos uno a casa.
Resultaba tan tierno observarlos deambular
cerca de Luciana, eran tan lindos… hay una imagen que no se borrará jamás: la
madre descansando sobre un banco y dos de los más inquietos –más adelante
bautizados Rambo y Brisa por sus dueños- trepando por su lomo, desplegando toda
su vitalidad infantil. Ellos eran, sin duda, los cachorros más despiertos y
apuestos de la camada.
Rambo y Brisa con mamá Luciana.
Rambo, muy parecido a su padre por el color y el porte; Brisa, con una
mezcla de ambos, pero tirando a ser clara y con unos ojos que a los 15 días
eran de un azul marino profundo, delineados naturalmente en negro. Con sus
orejitas caídas y el característico triángulo blanco en la frente (que casi
todos los Huskys tienen).
No podía ser más bella, enseguida congenió con mi hija, fue como una
elección mutua que yo tuve que respectar.
Hubo que esperar los 40-45 días que recomendó el veterinario para
llevarla a casa; igual, algunas veces, fue de visita para reconocer lo que
sería su hogar y de entrada se la veía muy cómoda allí.
Para entonces, resolví que llegaría más o menos para el cumpleaños 9 de
Rocío, así que ese sería su regalo.
Además de traerla algunos ratitos a casa, la visitábamos en la suya y
allí compartíamos un rato de juegos con todos sus hermanos también. Después de
varios nombres descartados, fue bautizada como BRISA: nuestra adorable brisa,
la que nos daría 13 años de felicidad y amor.
Aunque Brisa no fue famosa como Lassie, Rin Tin Tin, Beethoven,
Laika, Rex y tantos otros que han
quedado en la historia; merece que le dedique estas páginas que cuentan su
vida, porque en la simpleza de la misma radica todo el amor que nos dio.
Momentos inolvidables de juegos, emociones, travesuras, alegrías y tristezas,
para acompañar el crecimiento de una niña (Rocío) hasta llegar a la adultez,
con el amor más puro que existe: el de su mascota.
Con Manchita: el peluche.
Etel Carpi. Der. Res.
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