SAN
LUIS: NUEVOS RUMBOS.
En el
capítulo XXVIII de mi libro de relatos Evocaciones de una Viajera ( 1987),
hablo de una recorrida por las sierras de San Luis, La Carolina ( donde había
unas pocas casas entonces), la magnífica Gruta de Intihuasi, cerca del Cerro
Sololasta, sus silencios, su increíble soledad. Entonces todo aquello era
salvaje, puro, mágico, muy poca gente transitaba esos caminos difíciles de la
montaña.
En
febrero del año 2012, decidí volver con mi hija para que conociera lo que tanto
me atrajo siempre: la naturaleza agreste y pura. Con nosotros viajó mi prima
Alicia y su esposo Carlos, que hizo las veces de chofer con muy poca
experiencia en montaña pero que aprobó el examen con un 10 felicitado.
Me
sorprendió La Carolina, un pueblito de montaña maravilloso, con sus calles de
adoquines, empinadas, y ese río de oro que lo atraviesa, las minas abandonadas,
el color, el aroma, la quietud de sus calles, su gente… las casitas de piedras
que tienen el color del oro y el brillo tan especial de cuando el sol las
ilumina.
Recorrer
después de tanto tiempo esos caminos de montaña, descubrir otros nuevos
atravesando todas las sierras en un perfecto pavimento, como el que lleva al
dique Nogolí o el que une Potrero de Los Funes con la nueva ciudad De La Punta,
ingresar a las entrañas de las sierras sin tener que sufrir por andar ripio y
piedras, abriendo y cerrando tranqueras, como cuando arribamos a La Carolina
aquellos lejanos años. Guiándonos simplemente por el instinto, con mapas muy
buenos del A.C.A. pero que había que interpretarlos.
Me sentí
tan feliz en ese recorrido, volver a la Gruta de Intihuasi, donde si bien se
encuentra protegida, demarcada, señalizada y con cuidadores… el silencio sigue
siendo igual, tan especial como ningún otro silencio conocido. Fue allí, que
pude reflexionar sobre mi vida, reflexiones que compartiré con los lectores.
Escribí en mi cuaderno de viaje el 1º de marzo de 2012:
“En la gruta de Inti-huasi vive
el silencio único, inmaculado, el que atesoran las graníticas montañas de esos
cerros dulces cubiertos de flores, rocas, pastos y cabritos trepando en lo más
alto.
Llegué allí, al altar del pasado,
después de tanto tiempo de una primera vez inquietante que dejó huellas
profundas en todo mi ser. Y fue sentirme joven como aquella niña inquieta que quería
acumular paisajes y aventuras para escribir el gran libro de la vida.
Ese libro que hoy estoy segura
existe y quedará por siempre para la inmortalidad de un alma pura, deseosa de
dejar huellas, después de un gran aprendizaje.
Parada en la entrada de la
inmensa gruta prehistórica sólo escucho el latir del corazón por el esfuerzo de
la última subida. Luego el silencio, total, cósmico, ese que se reconoce sólo
en muy pocos lugares del planeta. Inti-huasi es uno. Y allí, con el caer de la
tarde, la magia del sol, las lejanas nubes de extrañísimas formas, como trozos
inmensos de algodón, cierro los ojos y medito.
La vida es dulce, lo sé, son
estos momentos cuando comprendo cuánto atesora mi ser; y que después de haber
andado muchos caminos por la vida, voy llegando al final sabiendo que mi misión
ha sido cumplida y es tanta la abundancia de amor que tengo guardada que la
llama de la eterna felicidad vivirá por siempre en mi ser de luz”.
Parece increíble.
La vida aquí se detiene en un
bálsamo de belleza suprema y oculta que se revela sólo a algunas miradas.
Me elevo al plano místico.
Entonces…
Todo se compacta en este instante
donde nada es importante.
Soy yo, con mi ser desnudo en una
comunión de luz con la omnipotente naturaleza que me rodea”.
Después
de muchos años volví a visitar al Algarrobo Abuelo, también conocido de los
Agüero por estar en tierras del abuelo del poeta Puntano Antonio Esteban Agüero
quien le escribió una magnífica CANTATA.
Lo he
visto más imponente que nunca, inmenso en altura, poderoso, de frondosa copa
verde, troncos rugosos que denotan los 1.200 años que ostenta. Orgulloso,
rodeado de un denso bosque que ayuda a soportar los intensos calores del
verano. Cuando lo visité por primera vez era muy joven y no me daba cuenta de
lo que realmente significaba, hoy, con un largo recorrido en la ecología y el
amor que profeso por los árboles en particular, siento una gran admiración por
este magnífico ejemplar al que muy bien cantó el poeta puntano en la oda
CANTATA AL ABUELO ALGARROBO.
San Luis
es una provincia que tiene muchos lugares que despiertan mi interés: Las
Salinas del Bebedero, Sierra de las Quijadas, Los Lobos, Papagayos, las pampas
de altura de las Sierras de los Comechingones… pero hay un lugar que conocí en
el último viaje a Santa Rosa del Conlara que me atrapó enseguida por todos los
secretos que esconde sobre la historia evolutiva de la tierra. Ese lugar es:
Bajo de Veliz ubicado en el sector noreste de la sierra Grande de San Luis.
Se
accede por ruta desde Santa Rosa del Conlara. Profunda y angosta depresión que
se extiende unos 12 kilómetros es parque natural desde hace unos años, con
guardaparque permanente y guías del lugar.
En el
corte de las barrancas se pueden ver las distintas capas de la evolución
ecológica y biológica de la tierra, son estratos sedimentarios de la era
Paleozoica, período Carbonífero Superior ( aproximadamente de una antigüedad de
300 millones de años).
Cuando
existía “Gondwana”, uno de los supercontinentes primigenios se encontraba en el
límite austral de una gran cuenca sedimentaria, el PAGANZO, abarcando las
actuales provincias argentinas de la región Centro-Oeste.
El clima
era húmedo intermedio, abundaban especies como: helechos, coníferas, juncos,
etc. El reino animal lo formaban insectos y arácnidos, los que eran arrastrados
a lo más profundo de la depresión o cuenca y sepultados bajo superpuestas capas
de sedimentos, en un ambiente anaeróbico ( sin oxígeno), es por eso que no se
oxidaban y no proliferaban las bacterias, contando además con un ph ideal (
salinidad y alcalinidad equilibrada); en esas condiciones era posible el
proceso de momificación, luego la carbonización y por último la petrificación
de hojas, troncos, semillas, polen, insectos y arácnidos.
Este
espléndido lugar es denominado por los lugareños “lajas de piedra pizarra”. Es
un yacimiento de gran importancia donde se han encontrado fósiles de arañas,
insectos y micro y mega flora.
En el
año 1981 se encuentra accidentalmente por un señor que compró lajas para su
casa, una joya paleontológica de incalculable valor científico-cultural. Es un
fantástico y gran ejemplar de araña: MEGARACHNE POLLINEI SANTA ROSA, pieza
única por sus características, por su morfología externa, su cefalotórax, sus
extremidades y articulaciones, además sus quelíceros y pedipalpos,
presentándonos sobresalientes detalles muy bien conservados, nítidos y
deslumbrantes ojos, pudiéndose observar que la mayor parte de su superficie se
encuentra cubierta de conos capilares o bulbos pilíferos. Sí carece de abdomen
( se supone se desprendió al quedar atrapada en el lodo, o tal vez lo comieron
otros insectos), según los estudios mide aproximadamente unos 50 cms de largo
por 30 cms de ancho, y imaginándola erguida, unos 70 cms de alto incluidas las extremidades. Es un verdadero tesoro del
planeta Tierra, transportándonos a un pasado remoto de 300 millones de años,
casi inimaginable, mucho antes de la proliferación de los grandes saurios,
cuando la vida (tanto animal como vegetal) estaba en sus comienzos y los
ambientes eran tan extraños y diferentes. Según los sabios, en esa porción de
la Era Paleozoica, vivían los arácnidos e insectos voladores y reptiles primitivos, siendo los primeros
seres en pisar tierra firme en esta región y en esa época.
Este
ejemplar único de araña se encontró impreso en las capas interiores de una gran
laja del Bajo de Veliz, que al abrirla se ve el positivo y el negativo
perfectamente conservada gracias a las condiciones en que ocurrió el accidente
que la sepultó en el lodo. Especialmente sin oxígeno que permitió la
conservación. Se encuentra en el museo particular del hijo de la persona que la
encontró, siendo custodio del mismo ya que por ley nadie puede adueñarse de un
fósil, el que pertenece al patrimonio cultural de la provincia. Los
ofrecimientos para llevárselo del país han sido muchos y millonarios; pero el
deseo de la provincia, y de la familia es que permanezca en el lugar, donde
todo el que tenga una inquietud por saber de él puede acercarse a la casa
particular donde la esposa del dueño les dará una escueta explicación.
Dentro
del Parque Natural, viven unas 140 familias que crían cabritos, sus casas son
atérmicas, de barro con techo de paja que deben soportar bruscos cambios de
temperatura cuando en verano llega a hacer 40ºC. y en invierno -14ºC. Es un
bosque seco, pero bastante cerrado. Allí se conserva un ejemplar de 500 años de
Guayacán, árbol oriundo del Chaco que no se sabe muy bien cómo pudo
desarrollarse allí, es un ejemplar vigoroso, sana, maravilloso que está en la
falda de una sierra, y junto a él han crecido dos ejemplares más que son más
chicos e igualmente sanos y bellos. Es patrimonio provincial y tiene guardia
permanente.
Me
gustaría terminar este último capítulo
de mis vivencias, con algunas reflexiones escritas en la Navidad que pasé en el
pequeño, pintoresco y simple pueblo de Santa Rosa del Conlara, frente al río
del mismo nombre, un diciembre de sequía pero que quedó marcado en mi alma y en
mi corazón.
“Cómo quisiera que el tiempo se detuviese
ahora mismo, en este instante de luz y aromas campestres… se detuviera para
siempre.
Y yo quedar en él, estampada en
el banco de piedra como los fósiles milenarios en las lajas de Bajo de Veliz.
Así me siento: fresca, pura, intacta, a pesar de todo lo andado por el tránsito
voraz de la vida.
Sería el final soñado, la
coronación de todos los sueños cultivados y cuidados en la huerta florida del
alma.
En este verano tórrido que me
asfixia soy una braza ardiendo en el valle calmo y dulce que alimenta la
montaña, recorte azul en un cielo celeste esmerilado. En un incendio de versos
reposa mi mente cansada.
El algarrobo generoso extiende
sus ramas como brazos que quieren abrazarme. Aspiro el aroma a poleo y escucho…
allá… en el campo… despiertan urracas y teros, chingolos y calandrias se
escuchan entre las hojas y el hornero reclama su morada.
Un tero real camina sobre el agua
del río que apenas suena cuando se desliza sobre lecho
de lodo donde una pareja de patos
busca alimento.
Pronto, un coro de chicharras
anunciará que el dulce amanecer estará terminando y el sol todo poderoso
invadirá el espacio mágico salpicado de fragancias y sonidos alados.
Entonces será el tiempo de partir al refugio
fresco que durante el día es mi morada. Esperar la noche clara y la nueva
mañana. Es necesario absorber cada instante hasta reventar de gozo el alma. Y
comulgar con Dios, dar las gracias, porque amerita el momento sublime, cuando
la naturaleza nos transforma en seres más buenos y armoniosos, seres de luz y
de silencios… seres universales, seres de la Tierra”.
Febrero-Marzo 2012 y Diciembre 2013.
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